"Wiñaypacha": Insólita y de Altura
- Adrián Huamán Araujo
- 28 ago 2019
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 2 sept 2019
Quién diría que una película hecha solo de tomas fijas, interpretada por dos no actores octogenarios a más de 4000 metros de altura, llegaría a presentarse por cinco semanas en un circuito de cine comercial que vive de desechar lo que no acapara atención en el primer fin de semana. "Winaypacha" ya es un título complicado: se ha traducido en los pósters a "Eternidad", pero el mismo director dice que el significado es más complejo: en el mundo aimara, el tiempo no es lineal, sino más bien cíclico y, además, también abarca el espacio.

Me atrevería a decir que esta película ha conectado con (o fascinado a) muchas personas como lo hizo conmigo, por saber conectar con emociones que suelen estar dormidas, pero están. En un país con una historia como la nuestra, la migración de zonas rurales a citadinas es una constante de búsqueda, de posibilidades de "progreso" más allá del hogar. Sorprende que, hasta esta película, a nadie se le haya ocurrido la idea de no contar una historia más de la lucha contra la adversidad en una ciudad salvaje, sino la de quienes quedan detrás: bisabuelos, abuelos, padres, familia que deja ir a sus hijos e hijas lejos para que crezcan, estudien, trabajen, conozcan mundo, aun sabiendo que (en el mayor de los casos) nunca van a regresar.
Esta es la soledad que Óscar Catacora muestra con maestría en su primera película, limitándose al uso de planos fijos que, sin embargo, son capaces de transmitir emoción a borbotones; descubriendo imágenes que, con belleza, nos descubren universos que no solemos encontrar en las pantallas del cine nacional: el rostro arrugado y endurecido de la vejez, los rituales con hojas de coca, los fascinantes paisajes andinos, el día a día de una pareja de ancianos aimaras, la muerte que se les empieza a acercar hecha tormenta, incendio, mientras ellos aguardan con fe al hijo que hace tiempo fue a perderse a la ciudad, que está eternamente pronto a regresar para sostenerlos en su creciente deterioro.
La naturaleza es, definitivamente, un personaje ineludible también. No solo rodea a Willka y Phaxsi (los protagonistas de la historia), sino que está conectada fuertemente a ellos: le rinden tributo porque es su proveedora, pero también es quien castiga, y el gigante a quien, en el plano final de la película, Phaxsi debe enfrentarse por primera vez en soledad. La madre abandonada, pero con la fortaleza rocosa de la apacheta que sigue en pie, para volver a hacer inmersión en lo inesperado de la puna. No es casualidad que los símbolos vayan más allá de las imágenes. “Willka” y “Phaxsi” significan, respectivamente, “sol” y “luna”, mientras que el nombre del hijo “Antuku” se traduce a “estrella que dejó de brillar”.

Sea como sea que quieras leer esa información y la película en sí, creo que es difícil salir de la sala sin sentir algo remecido. Puedes pensar en los logros técnicos, pero también vas a pensar en quiénes tienes para decir “estaremos bien, porque nos tenemos el uno al otro”, en cuántas personas que has olvidado tal vez todavía se acuerdan de ti con nostalgia o, incluso, que lo que acabas de ver simplemente no es justo, es muy triste, nadie merecía todo lo que pasó. Pero es que en "Wiñaypacha", las catástrofes forman parte de la vida y nunca hay nada que merecer, las cosas en este universo solamente son y por eso la esperanza es pan de cada día. Nadie te impide sufrir por el abandono o reclamarles a los dioses la explicación tras tus desgracias, pero lo relevante está en despertar al día siguiente con la misma fe en continuar. Aunque el motivo de tu esperanza nunca llegue a asomar la cabeza.
Comentários