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Estreno DobleCara: "La Bronca"

  • itineranteweb
  • 14 oct 2019
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 17 oct 2019

La violencia desde una perspectiva lejana, pero igual de afectada. Los hermanos Vega regresan con una nueva película, esta vez filmada en Montreal, Cánada, que nos habla de la violencia heredada a través de la historia de Roberto, un chico perdido en la vida que deja un Perú violento para irse a vivir con su padre.


Tuvo su estreno oficial en el Festival de Cine de Lima, donde obtuvo algunos premios importantes, como la de mejor actor para Rodrigo Palacios; en el plano internacional, obtuvo la mención especial del jurado en el Festival de San Sebastián.


Aquí te compartimos nuestras impresiones.


La Violencia de Ser HIJO/pADRE

Por Adrián Huamán Araujo


Primera escena: Roberto está trepado a un signo peatonal. Lo empuja. Después de muchos intentos, lo arranca de la calle. La cámara nos lo muestra caminando por una pista vacía, cargando el octógono rojo como si de una cruz se tratara: un viacrucis con un cartel de “Pare” escrito en francés sobre el hombro.


A la familia que lo acaba de recibir la conocemos poco después, pero es otro espacio de contradicción: un hogar con este hijo ajeno que solo quiere hablar español (o callarse), un padre que lo presiona a “ser mejor” hablándole en inglés, mientras la nueva esposa, la nueva hija y el nuevo mundo del que quieren formar parte se maneja en francés.




Al fin y al cabo, “La Bronca” no solo es una historia de familia; es una película sobre sentirse fuera de lugar. Roberto Montoya, padre, practica su pulcra pronunciación antes de empezar su día como salesman: afloja las erres, pasa de Roberto a “roberro” y finalmente a “Bobmontoia”, un inmigrante decidido, emprendedor, orgulloso. Y contradictorio, mucho, como un peruano acomodado cualquiera, haciendo malabares para sostener la apariencia agradable de un preocupado hombre de familia (“¡las apariencias importan!”) y sus impulsos violentos, viciosos, la manera en que ha aprendido a ser un hombre adulto.


No solo es él, sino Toño, un viejo amigo suyo que vive en la misma casa, la prole de una nación convulsa, caótica, a la que era mejor darle la espalda en ese momento: nada de qué sentirse orgulloso, nada que salvar, solo la noción de salir y cazar el sueño norteamericano. Y es ante estos dos hombres adultos, ansiosos por demostrar que son parte de este sistema “moderno” de sociedad, que Roberto hijo se confrontará a su propia identidad, influida por una herencia paterna que le pesa más de lo que le gustaría aceptar (“aquí las cosas no se arreglan a golpes”).


Aunque “La Bronca” no cierre todos los hilos narrativos que propone a lo largo de sus 100 minutos (de hecho, esto es casi un trademark de las películas de los hermanos Vega), su metraje permite una exploración cámara en mano en la relación de un padre y su hijo, sus identidades en un espacio lejos del origen y la construcción de su masculinidad con la violencia y el orgullo vacío como sustento principal. Las actuaciones han sido muy bien dirigidas; particularmente, Rodrigo Palacios, quien fue condecorado como Mejor Actor del Festival de Cine de Lima por retratar al tan ambicioso como volátil “Bobmontoia”. Un premio que fue testamento a la creación de un peruano cuya característica más valiosa, más allá de todo lo reprobable, es creer a ciegas en sí mismo y su posibilidad de lograrlo todo.


LA VIOLENCIA, EL ÚNICO LENGUAJE


Por Diego Zea


Los hermanos Vega se han convertido en notables referentes cinematográficos contemporáneos con Octubre (ganadora de A Certain Regard en el Festival de Cannes) y El Mudo, película que considero la más notable de su filmografía ( Mejor actor en Locarno y BAFICI ). Ahora presentan “La Bronca” película grabada completamente en Montreal, Canadá y que explora la masculinidad tóxica, que incluso fuera de nuestro entorno, no podemos hacer a un lado.



La Bronca se sitúa a inicios de los 90, Roberto, un joven de 18 años, es arrancado de un Perú lleno de violencia que arrastra hasta Montreal. Ahí se reencuentra con su padre Bob, un inmigrante que ya cuenta una nueva familia canadiense. Pese a todo el tiempo que lleva viviendo Bob en el extranjero, muchas de sus “actitudes” criollas parecen no haber desaparecido: es un hombre lleno de ese machismo que aun prolifera en nuestros tiempos y que parece estar incrustado en nuestra carne. A lo largo de las escenas, Roberto se convierte en un espectador silencioso, el hijo odiado que ha convertido la violencia en su único lenguaje.


Los hermanos Vega construyen un relato lleno de ira contenida que se respira minuto a minuto en su tercer largometraje, una película cargada de un potente espíritu masculino. Y aunque la actuación de los tres personajes principales es increíble, Jorge Guerra es una revelación como el protagonista: cada silencio, cada mirada y, sobre todo, el descontrol genuino en el desenlace de esta historia.


Sin embargo, la película no termina de desarrollar la relación directa con Sendero Luminoso y la difícil época que significó para el país. El drama de Roberto y Bob pudo haber sucedido en cualquier contexto, el conflicto nacional no termina de desarrollarse de ninguna forma, en cierto momentos trata de unir aquellos hilos con la violencia desbordante de Roberto, pero aquel intento resulta tardío, el tema de la migración peruana durante aquella dura época termina siendo desaprovechada.


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