"Todos Somos Marineros": ¿Cómo medir el éxito de una película Peruana?
- Adrián Huamán Araujo
- 20 feb 2020
- 6 Min. de lectura
Honestamente, no tenía idea qué escribir sobre “Todos Somos Marineros”, la ópera prima de Miguel Ángel Moulet, director peruano egresado de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de Cuba, que se estrena hoy jueves 20 a nivel nacional. No me sentía seguro de qué sentir o entender tras ese final tan abierto y sin mucha explicación. No es una potente denuncia social como “Canción Sin Nombre” (primera película de Melina León, que se estrena a nivel nacional este 16 de abril) ni una exploración andina de la espera y la vejez como “Wiñaypacha” de Óscar Catacora, sino (como bien ha mencionado su realizador en varias ocasiones) es una mirada al aislamiento, a sentirse un extraño en un mundo desconocido.

Los marineros del título son rusos, la empresa para la que trabajan ha quebrado y están varados en el puerto de Chimbote sin salida aparente. A lo largo de la historia, lidian con su soledad, su lejanía del hogar y algunos personajes locales como la vendedora ludópata que interpreta Julia Thays. Ella, como mujer que ha construido sola su negocio, que apadrina a un chico sin padres que la ayuda a repartir menús (Gonzalo Vargas Vilela, un joven actor a quien algunos conocimos en la genial “Casos Complejos” de Omar Forero), también parece sentirse tan aislada como los hombres estancados en el mar. Como el chico que protege y se guarda algunos secretos. Como cualquier persona que alguna vez se ha sentido fuera de lugar.
Tal vez lo mejor de “Todos Somos Marineros” sea cómo transmite a través de su dirección de fotografía esta incipiente soledad en sus personajes: la poca profundidad de campo sobre los rostros puede llegar a difuminar casi por completo el fondo, la pauta de movimiento mantiene a los personajes siempre al borde del encuadre (alejados, en los extremos) o encerrados tras cristales. El montaje espacioso y sosegado resulta también acorde a la propuesta, pero no podría decir lo mismo a nivel narrativo. La película cierra con un final muy abierto que no quisiera spoilear, pero el punto es el siguiente: bajo mi subjetividad, se trató de una resolución incómoda ante una situación repentina desencadenada veinte minutos antes de terminar y que quiebra el lento ritmo de manera abrupta. Todo lo opuesto a la narrativa, a los finales a los que estamos acostumbrados a ver en ese otro cine que consumimos de forma más masiva: un cine producto, "de género" (cinematográfico, eh), un cine que debe cumplir con dejarnos satisfechos y colmar nuestras expectativas. Un cine que no se parece a lo que entiendo como arte. Y la diferencia está en una palabra que mencioné hace un momento: subjetividad.

La subjetividad es esa sombra indefinible, intercambiable y personal, esa masa peligrosa sin la que la creación, las artes no pueden funcionar. Creo que aquellos elementos que definimos como arte nacen de la necesidad por dejar una huella, de un vacío personal, de una duda o pregunta que no deja en paz, de una necesidad por llenar algo que siempre nos falta; un trozo incompleto de expresión humana que será leído y completado gracias el proceso mental de un otro, de cada espectador. Por esta razón, alguien puede adorar una película o una canción o una pintura por las mismas razones por las que otra persona las detesta.
En una sala de cine (y esto es algo de lo que nos desconectamos cada vez más y más a medida que el streaming se apodera de todo) la experiencia es comunal, no tan íntima: hay un proceso personal en ambas pero el visionado, la inmersión, difieren mucho si tienes tu táper de almuerzo abierto a un lado del celular o un centenar de personas viviendo el mismo estímulo visual que tú en una pantalla gigante. Un estímulo que te aburrirá o te encantará o algo en medio, que no será en absoluto el mismo proceso de la persona a tu lado, que puede contener largas secuencias en un barco atascado en el puerto de Chimbote o a Vanessa Saba dándose un beso con Cachín sobre el póster de una película de Woody Allen. ¿Alguna es mejor que la otra? ¿O más exitosa? Los criterios van a variar. Las productoras estarán satisfechas con buen dinero; la dirección y equipo creativo tendrán su propio ideal de respuesta o les dará lo mismo; con el público también depende: podrían estar buscando algo tranqui para el domingo con la family o un potente drama situado en el Perú de los '80 o una comedia ligerísima para ver entre patas o chapar sin perderse de mucho. Todo eso habla de nuestras subjetividades, nuestras expectativas. Y cuán difícil es alinear la idea de una película "exitosa" con tantos puntos de vista contrastantes.
Si la medida del éxito para una película comercial son solo los ingresos (no el impacto social, no el proceso cultural, no las ideas que divulgan masivamente), excelente: la productora hace plata, se hacen proyectos más grandes y más caros (ojo: no necesariamente más ambiciosos), se va generando una industria que, mal que bien, se necesita mientras vivamos en este sistema. Y esto es positivo por un lado. Sin embargo, no se puede aplicar el mismo criterio a lo valoramos como arte. Para que un producto comercial sea exitoso a toda costa entre el definidísimo público objetivo es necesario ser exacto y otorgar al público aquello que, bajo el respectivo análisis de marketing, no podrán evitar pagar por ver. Y si quien está ahí hace bien su chamba, suele funcionar. Es todo lo contrario a propuestas más personales que podrían no tener interés alguno en contar una historia predecible o tener una narrativa agradable al público masivo, sino compartir una sensación, una emoción, un concepto que busca ser transmitido a través de herramientas audiovisuales.
"Todos Somos Marineros" es una película que (además de descentralizar la producción nacional en una ciudad fuera de Lima, generar una experiencia entre ciudadanos ajenos al quehacer audiovisual y arriesgarse a trabajar con varios no actores) triunfa en varios aspectos expresivos. Es un producto diseñado por su director para transmitir el aislamiento de sus personajes, contrastar la calma del mar y el movimiento del mercado chimbotano, para dejarnos con la boca abierta cuando la muerte aparece. Un producto que, sin embargo, tal vez no sea la primera opción para conquistar y enganchar un público carente o con poca noción de teoría audiovisual, para quienes el cine funciona de manera más efectista. ¿El que sea una propuesta personal o "cine de autor" la hace mejor que una película de (nosédigamos) Tondero? Yo creo que no necesariamente, dependerá del criterio de quien quiera opinar.

Tal vez la pregunta que nos debería molestar no es si el cine comercial es "mejor cine" que el de autor o viceversa. Tal vez nos toque preguntarnos si nos interesa (por supuesto habrá a quienes no) arriesgar a probar algo nuevo cuando ya contemos con los recursos, de atrevernos a reconocer más público posible, entenderlo mucho más allá del análisis demográfico que te pasaron para preparar la campaña publicitaria. Intuir las cosas que mucha gente podría estar pensando o sintiendo pero nadie se atreve a decir. No masificar un modelo ilusorio y aspiracional que se pueda repetir luego ad infinitum, sino exponer al público gradualmente a un lenguaje ya no tan sencillo, a situaciones ya no tan predecibles, a algo más allá de lo meramente efectista. Dejar de tratarlo como si necesitaran ayuda para entender escenas que no son dos personajes hablando en un interior.
Finalmente, tal vez he sido víctima de la costumbre y me he llenado de cierta expectativa hollywoodense de la narrativa en cine. Tal vez me falta sentir más, analizar menos los discursos y solo dejarme llevar por los planos, los movimientos, las pausas, los momentos. Pero también es probable que, tras la experiencia, todavía siga creyendo que el cine tiene un potencial más allá de lo sensorial, la emoción irracional o los soles en la taquilla: también es posible articular situaciones y personajes que proyecten ideas, que generen una identidad, que nos descubran una problemática desde un punto de vista innovador. Que nos sean útiles para vernos y entendernos mejor, o al menos intuirnos: entre nosotros, a nosotros mismos. Aunque hacer cine "exitoso" en el Perú no necesariamente sea tan fácil como algunos tweets quisieran hacer creer, ¿seguimos creyendo que existe una única forma de entender ese éxito?
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