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#Opinión: ¿Sobrevivirá el Teatro Peruano?

  • Adrián Huamán Araujo
  • 27 mar 2020
  • 4 Min. de lectura

Hay por ahí una frase (de Arthur Miller, me dice Google) que dice que “el teatro no va a desaparecer porque es el único arte en el que la humanidad se enfrenta a sí misma”. ¿Podríamos decir que tuvo razón? Mejor dicho: ¿tendrá razón en el mundo post pandemia que se viene?



A pesar de la picazón, mi fascinación por la voz y los textos, deduje con estupidez de dieciséis años que mi futuro en las artes escénicas sería, en el mejor de los casos, infructuoso. Cero confianza en mí mismo, cero visión de amasar el futuro con las acciones del presente. Resolví que Audiovisuales me “aseguraría más trabajo” (ahora que lo pienso, suena más a una idea de mis padres que mía) y huí de una decisión que muchas otras personas encararon con coraje y pasión. Aunque ya no me cuestiono la decisión y he abrazado los aprendizajes de carrera, no podía evitar cierto vacío en aquellos días, en mitad de rodaje. Había guion, intérpretes, historia; pero en audiovisuales, el trabajo central se hace alrededor de la cámara, sus planos y movimientos; no necesariamente de los espacios, los cuerpos y sus posibilidades. Como en el teatro.

En aquellos días, ahorraba la comida que no consideraba indispensable para anotarme a una obra más, usando como pocos un carnet de estudiante del que ya no soy acreedor. Y durante buena parte de mi vida universitaria (como desde sétimo ciclo, clases, rodajes o tareas ya no me dejaban tanto) pude maravillarme con muchas, muchas narraciones sueltas como hechizo en el escenario. Como el teatro es un espejo que respira, es difícil resumir en un par de líneas toda la humanidad, el sentido de individualidad y comunidad que está en juego constante en el trabajo teatral. Un intérprete tiene bajo su responsabilidad un cuerpo como herramienta para navegar sus acciones; e incluso si este actor o actriz representa un monólogo y no tiene compañía para interactuar en escena, siempre habrá un público con quien el intercambio se hará efectivo. La reacción ante el ejercicio de hacer verosímiles sobre un escenario las fantasías y diálogos resonando en una mente. Verosímiles con el texto, con el cuerpo, con cualquiera de los recursos.

El Perú ha sido, en los últimos años, tierra fértil para propuestas de todo tipo. Tanto teatro parecía producirse que en un momento se discutió sobre el “boom” de las tablas peruanas (como muchos otros booms exitosos a lo largo de la última década). Me parecía (hoy lo percibo como un fenómeno más intrincado) que ese boom, ese derroche, definitivamente existía: en las nuevas ideas, en las ganas de crear, en los muchos talleres de actuación, dirección y dramaturgia que fueron formando nuevas voces. Era un boom de ganas lejos de los teatros establecidos y los grandes centros culturales, en muchos pequeños proyectos que, lamentablemente, no siempre llegaban a congregar un aforo alentador. Probablemente, esas ganas perseverantes de creación pudieron más que la disposición a revisar el panorama comercial, a enfrentarse a la idea aún vigente que el teatro es un “producto elitista”, a un público que tiene interés de asistir solo cuando se le ofrece entrada gratis o tiene alguien cercano involucrado.

Entonces, además de innovar en la narrativa o encontrar temas nuevos para nuestras historias, queda mucho trabajo también por alcanzar un público que podría desarrollar un interés activo en las artes escénicas, un interés de consumo que podría ser incentivado con las estrategias adecuadas. Y hay más trabajo todavía porque buena parte del teatro parido en Perú es independiente: no depende de una industria enorme y estructurada, ni suele ser espacio común de inversión para grandes empresas, peor ahora que recibimos este Día del Teatro incapaces de conmemorarlo reunidos en una sala. Es una crisis, pero siempre se puede sacar lo mejor de ella.

El hashtag que quise usar para cerrar este pequeño testimonio era #VendránTiemposMejores, pero para no tener al pasado como punto de comparación, he preferido #VendránNuevosTiempos. El teatro ha sobrevivido epidemias y guerras mundiales, y será lo mismo con el COVID. Al menos así me gusta imaginarlo, con la frase de Miller en mente. En algunos meses volverán a contarse historias en claroscuro sobre el escenario nacional, ya sea un teatro o un parque o (por qué no) una cámara web. Y conocemos la capacidad de creación del teatro peruano ya porque hemos salido cargados de ideas y emociones de tantas sesiones en la oscuridad: escenografías deslumbrantes o minimalismo evocador, historias donde el mar es una tela o la guerra gira alrededor de una mesa; de las que sales fascinado con el trabajo actoral, con una voz, una caminata, una línea de texto disparada con la energía justa; montajes que nos han mantenido al borde o fueron calándose gradualmente en nosotros; obras hechas con más ingenio e insomnio que presupuesto; de las que te dejan conmocionado mirando al cielo toda la noche o las que fueron carcajada de inicio a fin. Y nada de eso tendría que cambiar. Los nuevos tiempos exigirán repensarlo, reinventarlo, captar nuevos públicos, tal vez no volver a hacer programas en físico. Pero el teatro siempre sobrevivirá porque es humano el afán de representar historias a la luz del fuego. Volverá sin falta por la misma razón por la que nos cuesta encasillarlo en un modelo de mercado: porque el mejor teatro no apunta a ser un mero producto, sino un rito de nuestra condición humana.


 
 
 

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