"Miss Universo en el Perú": Sobre Misses y Crisis
- Adrián Huamán Araujo
- 11 dic 2019
- 5 Min. de lectura
El pasado domingo en la ciudad de Atlanta, cuna de los movimientos civiles en Estados Unidos y del icónico activista afroamericano Martin Luther King (mira qué detalle), fue coronada la sudafricana Zozibini Tunzi de entre 90 candidatas como Miss Universo 2019. A raíz de su elección, se ha compartido un discurso mainstream a favor de cánones más inclusivos de belleza femenina, hasta hace poco basados en su mayoría en un arquetipo “blanco” (cuando niña, menciona en una entrevista, era difícil encontrar en los medios heroínas que se vieran como ella). Si alguien va a empezar a reclamar, debería tener en cuenta que quedan indignados usuarios en redes sociales que nos recuerdan cuán poco parecen haber cambiado algunas actitudes racistas en nuestro país. Sobre todo, cuando cotejamos el presente con material audiovisual que registró el paso del ostentoso Miss Universo cuando tuvo lugar en el Coliseo Amauta de Lima (actualmente, propiedad de la cuestionada iglesia cristiana “Agua Viva”).
Tal vez te sea tan sorprendente como a mí: el 26 de julio de 1982 el Perú fue sede de un certamen de belleza que desde 1952 le otorga una corona (la de este año está valorizada en cinco millones de dólares y tiene casi 1800 diamantes incrustados) a la representante de su país que luzca más bella, con mejor postura y modelado de traje de baño. El presidente Belaúnde Terry y todo su equipo de ministros percibía en este evento una oportunidad para poner al país en los ojos del mundo, incentivar el turismo y quién sabe qué otros negocios más. En este contexto, el Grupo Chaski (colectivo audiovisual a cargo de las clásicas "Gregorio" y "Juliana") realizó un documental sobre Miss Universo en el Perú (adjunto al inicio de este texto), imágenes que retratan como pocas el machismo y mercantilismo que han moldeado los estándares de un certamen como este, así como el contraste que la ostentación generó en un país enfrentado a crisis en la producción agraria y en los albores de la lucha contra el emergente Sendero Luminoso.

La televisión es poderosa (en muchos lugares del país lo sigue siendo, persona que consume solo Netflix). Sobre todo, cuando da imágenes de concepción del país y el mundo a millones de personas (y de mujeres). Por eso, este documental retorna constantemente a esta situación: varias mujeres (una que otra niña) con rasgos indígenas se enfrentan a la pantalla, a las figuras de 77 modelos que no se parecen a ellas, que no las representan. Pero no sacan los ojos de encima, no dejan de ver la pasarela, el lujo, a Michelle Pfeiffer usando jabón Lux en su rutina de belleza. Nos recuerdan cuán fácil es que los humanos seamos solo actores pasivos ante un medio masivo que siempre exigió estar a merced de él, de sus horarios y las ideas que transmitía sin dar lugar a una respuesta inmediata.

Es este espacio televisivo el que da cabida a Miss Universo: un medio masivo al que solo se puede acceder a través de un amplio capital, cuyo poder está en manos de un grupo mayoritario de hombres adultos (y blancos) y que, con la excusa de promover la paz y fraternidad entre países (representados, por supuesto, por señoritas con las medidas adecuadas), acordona la Plaza de Armas de Lima (esto no había ocurrido nunca en la historia republicana) para que todas puedan lucir su respectivo bikini, sumidas en el frío húmedo de Lima, con las manos al aire saludando a la cámara que las capta desde lo alto. Se hablaba de "confraternidad entre naciones" porque miss Argentina y miss Inglaterra limaban asperezas enseñándose sus idiomas mutuamente, pero el gobierno era incapaz de aprender más que español para escuchar a las mujeres de su territorio. Un locutor que observa a las misses salir del Hotel Bolívar, habla de apreciar y respetar a la mujer (mujer de hogar, madre de familia), mientras un grupo de mujeres manifestantes es reprimido con violencia por exigir mejores derechos laborales.
Pero el documental también nos muestra un Perú que existió antes del boom de la gastronomía, cuando recién empezábamos a pasar piola en el radar de las búsquedas exóticas en Europa y Estados Unidos. Cuando nadie afuera tenía idea que vivíamos en terrorismo porque nosotros mismos no quisimos darnos por enterados hasta que ardió la capital. Nos muestra un Perú que recién empezaba a sumirse en el modelo de mercado en el que ya todos estamos metidos hasta el cuello. Ese modelo de gigantografías publicitarias, mensajes positivos que apelen a la venta, marcas que se trepan cada vez más y más en nuestras mentes y se sumergen hasta ser parte de nosotros. Una cultura en la que no importa que una mujer se objetivice para vender cerveza "Dell Men", pero tampoco importa presentar el trueque de un tocado amazónico por un par de zapatillas modernas, con una voz en off que diga ese calzado ha hecho del nativo "el mejor vestido para el baile de la lluvia"; al fin y al cabo, detrás de Miss Universo hay incontables transnacionales (cosméticos, moda, etc) que invierten su plata para seguir mostrando a nivel global estándares exaltados de felicidad y belleza femenina, y así asegurar para siempre la venta constante de ropa, maquillaje y demás para suplir esta necesidad. Como nunca, van a ver un miembro del clero católico hablando del concurso como lo ve: un gran negocio a favor del pequeño grupo organizador.

Qué mejor representación de este delirio de vender al país como un mundo exótico, cordial en exceso y sin problemáticas sociales que la canción del miss Universo 1982: un número musical con todas las de Broadway, una voz masculina rodeada de coros femeninos, soltando verso tras verso coronado de "in Peru, in Peru, in Peruuu". Es la canción alegre de las crecientes importaciones, las marcas en inglés, la homogeneización cultural, las sonrisas Coca Cola y los "Welcome Lima" que están a un silbato de distancia de una realidad sucia, pluricultural y machista, más cercana al quechua que al inglés. Un mundo aparte que se pretende ignorar con una canción que (además de repetir que venir a Perú es chévere para divertirse en el sol y hacer los sueños realidad, sea lo sea que signifique eso) presenta una imagen de la mujer peruana como si en los ochenta siguiéramos en el siglo XIX: una tapada limeña, ocultando su rostro, tímida y espiando con un ojo, in Peru, in Peru, in Peruuu!

Vean este documental y saquen sus conclusiones (mi toma favorita: 22:11-22:27, dinámicas de pareja). Miren un país más esmerado en ponerse guapo y bilingüe para el capital norteamericano, que preocupado por las problemáticas del interior. Si hemos cambiado o no, ya es reflexión de cada uno, pero es crucial no olvidar, no pensar que no tenemos historia o pasado, porque todos los hechos que hemos vivido como nación nos han moldeado para ser la mole extraña e informal en la que nos hemos convertido. ¿Por qué no comparar nuestro presente con una instantánea de hace treinta años? Valdrá la pena para darnos cuenta si hay situaciones que seguimos dando por sentadas y deberíamos replantear.
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