DobleCara: "El Abrazo de la Serpiente"
- itineranteweb
- 9 sept 2019
- 5 Min. de lectura
Así como Perú tuvo "La Teta Asustada" en 2009, Colombia tuvo "El Abrazo de la Serpiente" en 2015, la primera película del país es conquistar los gustos hollywoodenses y ser nominada al Óscar a Mejor Película Extranjera. Entre otras distinciones, este viaje en blanco y negro a través de las profundidades del Amazonas ganó Mejor Ficción en el Festival de Cine de Lima 2015 y el Premio de Cine Arte de la Quincena de Realizadores del 68 Festival de Cannes. Compartimos con ustedes nuestras impresiones sobre esta fascinante película de Ciro Guerra.

Rezagos Post Coloniales
Por Adrián Huamán Araujo
Hay una escena sin spoiler que resume muy bien esta película: una placa conmemorativa de metal, firmada por el presidente colombiano Rafael Reyes en 1907, reconoce el valor y la fe cristiana de los pioneros colombianos del caucho. La sombra del protagonista aparece de pronto en un costado: Karamakate, un sabio aislado, chamán rencoroso del hombre blanco, cuestionando a la audiencia cuánto bien realmente trajo a la Amazonía la imposición de la Biblia y los baldes de caucho, si acaso lo único que hizo fue dejar sombras solitarias como esta, despojadas de su pueblo, sus tradiciones, capaces solo de perderse entre los árboles cargados con la culpa del sobreviviente.

La serpiente del título es un río Amazonas fotografiado en fascinante blanco y negro (como para no distraer al espectador con los paisajes), que semeja un nido constante de culebras abrazando esta historia que se cuenta en dos momentos diferentes: 1909 y 1940. En ambos años, Karamakate emprende travesías con dos hombres blancos diferentes. El primer viaje es la búsqueda de un etnógrafo alemán por la mítica planta yakruna, la cual necesita para salvar su vida: pide la ayuda del chamán, quien, tras muchos roces y desconfianza, accede a guiarlo hasta el árbol que busca. El segundo es un viaje inverso: años después, Karamakate ya es un hombre viejo, sin memoria, un chullachaqui que regresa al mismo lugar acompañado de un biólogo estadounidense quien dice que busca la planta porque nunca ha podido soñar (“Dedico mi vida a las plantas”, le dice al protagonista; “Es lo más sensato que he escuchado decir a un blanco”, él responde).
Ambas líneas temporales se intercalan con sutileza para revelarnos los cambios y el impacto que la fe cristiana, la explotación cauchera y, en general, la colonización, han tenido en las vidas de los indígenas. Somos testigos de escenas incómodas involucrando un hombre sin brazo (¡maldito caucho!), un sacerdote azotando niños (¡porque estos inocentes han sido pervertidos por su idioma del demonio!) y la indiferencia total de quien explota sin saber el impacto que está generando, la solemnidad y el respeto que se pierde por la naturaleza en un mundo que transforma todo en un producto desechable.

Sin embargo, a pesar de los hombres inconscientes, hambrientos por seguir explotando aquello que ya casi no queda e incapaces de reconocer al indígena como un igual; a pesar que la fe y sus engranajes de miedo suelen hacer crédulas a algunas personas y alimentar los delirios mesiánicos de otras; el corazón temático de esta película es el conocimiento: la importancia de no destruirlo a propósito, pero tampoco guardárselo solo para sí mismo. El conocimiento y su búsqueda son lo que une a los tres personajes centrales de la película. Son hombres de mundos y épocas diferentes que no siempre son capaces de congeniar, pero que entienden que su ciencia no es la violencia, ni la muerte, sino entender el mundo que los rodea, contar sus historias. Esos son los primeros hombres en ser vistos por encima del hombro cuando la prioridad no es congeniar, convivir o aprender, sino ganar a toda costa, a pesar de la sangre, de la destrucción.
¿Cuántos rezagos quedan entre nosotros de este mundo intolerante y ambicioso? Difícil aterrizarlo. Tal vez la respuesta es muy incómoda. Pero esta película no se hace sentir densa o pesada mientras muestra todos sus temas fascinantes. El director Ciro Guerra nunca olvida que su prioridad es la historia de sus personajes, sus dilemas, sus miedos, su travesía. A través de ese viaje queda claro todo lo que nos dice a través de ellos: "el mundo habla, solo hay que escucharlo, a la verdad, a los antepasados". Este conocimiento de la Naturaleza (con mayúscula, nada de familias "naturales" o sandeces similares) y nuestro lugar en ella sigue siendo menospreciado día a día, a medida que nuestra sociedad y sus prioridades se sienten más cómodas en un mall brillante que apesta a lejía que entre otros seres vivos que respiran y sienten como nosotros. Si el conocimiento es desterrado (o vale dos billetes de un dólar), si no aprendemos mutuamente de ambos lados del prisma, es el fin de todo. Como aquellos pueblos amazónicos cuya canción nunca podremos conocer, a quienes está dedicada esta película.
EL CONOCIMIENTO ES PARA COMPARTIR
Por Diego Zea
El Abrazo de la Serpiente transporta al espectador a una travesía de aprendizaje en un mundo fascinante y desconocido. Narra de forma poética la tragedia que significó el colonialismo y sus terribles efectos posteriores, donde se destruyeron casi por completo tradiciones ancestrales de tribus indígenas de nuestra Amazonia, diezmadas por la opresión, la enorme codicia por el caucho y como siempre por la imposición religiosa.

Karamakate, un indígena chamán cree ser el ultimo superviviente de su tribu por lo que vive en absoluta soledad en lo profundo de la selva, protegiendo con su vida el secreto más preciado de su pueblo: la planta yakruna. Lo vemos intercalando dos momentos de su vida. Primero, siendo joven, apasionado y beligerante se topa con un “hombre blanco” al cual no solo no ayuda, sino trata de destruir las plantas que buscaba para salvar su vida. Años después, viejo y deprimido, decide ayudar a otro “hombre blanco”, que quiere también conocer la planta. El acto de “dar” es visto de este modo, como símbolo y metáfora básica. Es en medio de esta trama que se encuentran varios de los dilemas humanos contemporáneos: la conservación de las especies, la extrema racionalización; la colonización espiritual y como consecuencia la pérdida de imaginarios mágicos y místicos.
Las dos historias, que ocurren separadas por el tiempo al no ser narradas en paralelo nos permiten contrastarlas. El joven Karamakate, de altiva presencia física, y de una noble y heroica belleza, ofendido e indignado, impedirá que el hombre blanco enfermo, consiga su medicina. El Karamakate viejo, por el contrario, vive considerándose “un cascarón vacío” y es ahora el enfermo, el necesitado: la nueva visita del hombre blanco es la oportunidad de redimir su “pecado”. El viejo indígena decide enseñar y compartir su planta, símbolo de meditación entre lo profano y lo sagrado, entre lo científico y lo mágico.

El Abrazo de la Serpiente termina por enseñar la sustancia de la selva: evocadora de locura, desquicio y enfermedad para el hombre blanco y como fuente de sabiduría y vida para el aborigen.
Si te interesó, no olvides pedirnos el link por inbox o DM y dejarnos tus impresiones de la película.
Comments