DobleCara: "Dolor y Gloria"
- itineranteweb
- 16 sept 2019
- 4 Min. de lectura
A lo largo de la última semana, diversos países han escogido la película que los representará en la pre-selección de Mejor Película Internacional (lo que solía ser “Mejor Película Extranjera”) en los Premios Óscar. Mientras nuestro país juega una interesante carta con “Retablo”, la ópera prima de Álvaro Delgado Aparicio, España ha decidido convocar a la cancha a uno de sus más destacados directores, y acaso el más conocido después de Buñuel. “Dolor y Gloria” es la última película de Pedro Almodóvar y a continuación te compartimos nuestras impresiones.

"Dolor y Gloria": confesión y Redención
por Diego Zea
Adentrarse en la sala de cine para ver “Dolor y Gloria”, produce la misma sensación que ingresar a un confesionario con Almodóvar. En medio de la penumbra, uno asiste a la película más íntima del director español, con la cual escarba en su infancia, la relación con su madre, sus dolencias físicas y sus penalidades abstractas.

A diferencia de otros productos de autoficción, en los que muchos directores (y artistas en general) hablan de sí mismos con extremo egocentrismo o plasmando su vida como una auténtica odisea de la cual son protagonistas y héroes, “Dolor y Gloria” establece sin pretensión alguna el vínculo íntimo y maravilloso entre el humano y el artista. Lo difícil y complejo que es separar uno del otro.
Almodóvar es Salvador Mallo, interpretado por Antonio Banderas, un personaje que, como el director mismo se encuentra en el ocaso de su carrera y que ante la imposibilidad de seguir ejerciéndola, acumula recuerdos, miedos, dolores y angustias que, a través del cine lograba liberar. Es entonces que se encuentra en un atasco emocional, que lo conducirá por un camino de reconciliación con el recuerdo de su madre y su pobre infancia en Paterna, donde tempranamente descubre su inclinación sexual y tiene su “primer deseo”. Reconoce el tiempo como la mejor escuela y el dolor como el mejor maestro, recuerda su primer amor joven, lleno de la algarabía, pasión y goce que solo amando a esa edad se puede tener y también asume lo duro que es dejar al ser amado teniendo el corazón aún palpitante. El cine, acompañándolo cada momento, es lo que llena cada espacio que el tiempo iba haciendo en su corazón, la escritura para olvidar lo inolvidable. La madre símbolo supremo de amor y como enfrentar su ausencia. Todas estas pasiones que le dan sentido y esperanza a la vida misma.

Almodóvar solo pudo haber realizado esta película tras todos estos años de trayectoria, de idas y venidas, a lo largo de los cuales sus ojos han adquirido esa madurez para mirar hacia atrás y revivir aquellas penurias y descubrimientos que han hecho de su vida un tormentoso pero interesante e incluso placentero viaje. Dolor y gloria, al fin y al cabo.
El Dolor de los Recuerdos y la Gloria de la Creación
por Adrián Huamán Araujo
Un director de cine (Salvador Mallo, un adolorido Antonio Banderas) atraviesa un momento complicado: hace poco su madre ha fallecido y, además, pasó por una operación que le ha dejado parte de la espalda sin movimiento. Es un artista a quien el tiempo ha golpeado de repente, quien ha conocido el pináculo, a quien invitan desde lugares tan inverosímiles como Islandia para dar charlas sobre lo que mejor conoce: el cine. Porque si hay algo que mantiene latente la chispa de vida en Salvador (además de las mujeres que lo protegen y los hombres que lo apasionan) es su amor por crear. Aunque, cuando empezamos la película, se halle en un bloqueo total que no solo altera su creación, sino su vida anímica y su estado de salud.

Es inevitable sentir todos los paralelos que Pedro Almodóvar construye entre su protagonista ficticio y su propia biografía: la historia de un sensible y curioso chico pobre, criado por mujeres que lavan su ropa en el río (por ahí aparece Rosalía cantando), fascinado con cromos llenos de rostros hollywoodenses, influido en canto y auto represión por el seminario al que tiene que asistir “porque es la única forma en que un pobre puede educarse”. Pero este homenaje a sí mismo no lo es en absoluto: es un relato que, más allá de enaltecer al director o a su cine, enaltece el arte y lo que puede hacer por los humanos. Es una palanca para salir del tedio, de la apatía, es un motor para dejar de lado los vicios y vislumbrar un propósito mayor. Salvador dice que “el cine lo salvó”, pero también lo salvó la música, el teatro, escribir de lo que es difícil lidiar. Y lo salva, finalmente, un dibujo con más historia de la que él mismo recordaba: la de su primer deseo, la que lo motiva a mantenerse limpio e inspira su nueva creación.
Si el cine son imágenes y los recuerdos también, Almodóvar construye un espectáculo que reta los límites entre obra y creador, entre arte y vida. Para alguien familiarizado con su trabajo y de ojo más cínico, “Dolor y Gloria” podría parecer apenas un rip-off de todas las obsesiones que han caracterizado al español a lo largo de sus más de cuarenta años de carrera (mujeres fuertes, la relación con la madre, represión religiosa, el diálogo entre el cine y el teatro, los amores que se desvanecieron, la piel desnuda, el sacrificio, la adicción, vestuario y sets repletos de colores saturados), pero la madurez solitaria, los años inclementes son un ingrediente extra que eleva las meras referencias a un diálogo sobre la identidad misma de un artista y cómo su creación está en constante danza entre su mundo interior y las personas con las que logra conectar, en quienes queda rumiando. En “Dolor y Gloria” todo se funde: recuerdos, presente, realidad, ficción; cada elemento recuerda la emoción que nace y produce el cine (o el arte en general), que recrea memorias naciendo del agua, del piano, del humo.

Y sí, “los ojos cambian con los años, pero las películas son las mismas”. No solo para quien dirige por supuesto, sino para cualquiera que guarde buenos recuerdos de su escena favorita de la infancia, o de los personajes que alimentaron su imaginación. Almodóvar cierra esta película con una toma sorprendente y nos recuerda que arte e individuo tal vez no sean lo mismo, pero están en constante fluctuación. Y que, tal vez, el arte que creamos siempre resulta ser un reflejo de los rincones más secretos de nuestro propio ser.
No te olvides de escribirnos por inbox o DM para compartirte el link y para que puedas formar tu propia opinión.
Comentários