"Camasca": La Corrupción de Siempre
- Adrián Huamán Araujo
- 29 ago 2019
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 2 sept 2019
"Camasca" es una historia simple, que con diversas variantes, se ha ido repitiendo a lo largo de los siglos. Pero, sobre todo, una historia muy peruana: ante la negativa profecía ofrecida por el oráculo de Huamachuco, Atahualpa y sus súbditos intentan corromper con valiosa chicha al sacerdote a cargo de la huaca. Es la única forma de confirmar, avalado por el dios del rayo Catequil, que ha ganado la guerra contra su, ya muerto, hermano Huáscar. Es el siglo XVI, pero en nuestros días, hay cosas que no han cambiado mucho: el poder político todavía necesita ser avalado por la fe, como aún hay poderosos que creen que con un par de "ofrendas extra" obtendrán todos sus deseos, como también quedan líderes que caen en sus viejos pozos de oscuridad porque la violencia se vuelve insoportable. Incluso, hay quien menciona de Atahualpa que "Nadie lo quiere, pero nadie hace nada en contra suya" (¿suena familiar?).

Al centro del conflicto, dos antagonistas, dos actores que antes de iniciar la función dejan en manos del ¿destino? el papel que jugarán esa noche, dos seres que tampoco serían difíciles de encontrar alrededor: un sacerdote conectado, sobrio, místico, con un pasado sumergido en alcoholismo y a quien una luminosa revelación le devolvió el propósito vs. un fascista lejano, ostentoso, sádico, con un poder que solo ha conseguido con masacre, fuerza militar y a quien el hambre de poder vuelve inconsciente de sus extremos, de su pequeñez, del profundo resentimiento que nace en la barbarie.

Qué golazo que el Británico haya premiado y puesto en escena esta obra tan potente que, desde nuestro propio pasado, dialoga sobre la corrupción, la violencia, el poder y la fe con un montaje tan atmosférico, tan preciso y simbólico en luces y dirección de arte (puntos bonus por el terno de oro que viste el Inca y las luces sobre el oráculo). Un hincapié en las actuaciones comprometidas, inmejorables, de todo el elenco, más aún porque una chamba como esta no se merece el incómodo momento (doble, en la función a la que fui) del ring-ring del celular: si vas a ir al teatro, recuerda que no es cine: que esta pantalla es de carne y hueso.
Pd. Eso de que se sortean los protagónicos al inicio es cierto: a una amiga le tocó la función inversa. Con vergüenza, admito que fui uno de los incrédulos que se negó a bajar la mano cuando preguntaron si creíamos que la elección estaba armada. Creo que es una actitud justificada en un país con nuestros antecedentes.
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